miércoles, febrero 22, 2006

Despistes peligrosos


Todo el mundo que me conoce sabe que soy despistado, pero hay veces que los despistes juegan malas pasadas y pueden ser peligrosos. Éste es uno de ellos.

Ayer como cada día me monté, para ir al trabajo, en la línea 1 del metro, dirección Plaza de Castilla. Eran más o menos las cuatro de la tarde y como siempre a esas horas los vagones van medio vacíos. No es difícil conseguir un asiento y tampoco es difícil que me quede dormido después de los atracones de comida que me "dedico" a la hora de comer.

Como cada día me senté, conecté mi ipod con alguna Banda Sonora, abrí el libro de turno, bajé la mirada y me introduje en mi mundo interior. Cuando leo, mi abstracción está formada por tres elementos, el libro, la música y mi cabeza. No existe nada más. La gente es una mera sombra que a veces pasa delante de mí o se sienta a mi lado. Además, suelo llevar unos auriculares especiales que aíslan totalmente del ruido. Me he autodisciplinado a levantar de vez en cuando la mirada para saber donde estoy y cuantas estaciones me quedan. No sería la primera vez que llego al final de la línea y me quedo allí solo, leyendo, hasta que algún revisor me saca de mi trance.

Dicho todo esto, queda claro el tipo de persona que soy en el metro. Un autista de los de carné. El caso es que iba concentrado en mi lectura y el tren paró en una estación. Tocaba, en ese gesto automático, levantar la mirada para saber dónde estaba. Pero esta vez ocurrió algo distinto a lo habitual. El vagón estaba prácticamente vacío como siempre, pero enfrente de mí estaba de pie una chica de unos 20-25 años (soy nefasto para las edades), metro setenta, morena, pelo liso, muy bien vestida, tremendamente atractiva y que me miraba fijamente a los ojos.

No le di demasiada importancia al tema. Es tal la monotonía de los viajes que muchas veces te dedicas a escanear a la gente que viaja contigo. No tiene importancia. El caso es que volví a mi lectura. No pasó ni un minuto y curiosamente me sentí observado.

- ¿Será posible que esa "monada" siga mirándome?

No sabía qué hacer, pero con disimulo levanté la mirada y allí estaba ella. Mirándome fijamente y esta vez esbozaba una sonrisa maravillosa. Mis ojos volvieron en menos de un segundo al libro.

- Pero esta tía ¿de qué va?

Evidentemente mis ojos seguían en el libro, pero mi mente estaba en otra parte. No conseguí concentrarme y pasaba las hojas simplemente para disimular. No sabía ni lo que leía.

- ¿Pruebo otra vez?

No pasaron ni diez segundos y levanté nuevamente la mirada. Y allí estaba ella. Una diosa de 20 años que se había fijado en mí. De nuevo sus ojos y mis ojos se unieron y de nuevo su sonrisa. Una sonrisa que no olvidaré.

En ese momento debía de estar como un tomate. De nervios ya ni hablo. Mi cabeza entre el libro y mi mente estaba con ella.

- ¿Pero por qué demonios me mira así? ¿Estaré bueno? No puede ser. ¿Qué hace una tía de 20 fijándose en uno de 35? ¿Qué hago?.....De momento volver a mirar.

Volví a levantar la mirada y otra vez estaba ella allí. Con una sonrisa aún mayor. No podía ser ya una casualidad. Ésta chica me miraba continuamente. De hecho no me había quitado la mirada de encima en todo el trayecto. Ni un segundo, ya que mis levantamientos de cabeza se habían hecho ya a destiempo, de improviso, como para pillarla, pero su mirada siempre estaba allí. Clavada en mí.

En aquel momento me sentía como un niño con su primer amor y su primera cita. El problema era que nos acercábamos al final de línea (Plaza de Castilla) y no sabía qué hacer. Después de comprobar unas 80 veces que ella seguía mirándome decidí el plan a seguir.

Indiferencia. Aquí no pasa nada. Tú a lo tuyo como sino te hubieras dado cuenta de nada. Por fin llegamos a Plaza de Castilla y al final de "nuestro destino". Las puertas empezaron a abrirse y la gente empezaba a salir. Yo levanté ligeramente la mirada del libro, lo suficiente para darme cuenta que el vagón estaba vacío y que los pies de esa chica seguían allí, enfrente mío e inmóviles como dos estatuas.

- ¡Socorro! ¿Qué hago?

En apenas 1/4 de segundo lo decidí. Si ella se quiere quedar en el vagón que se quede. Yo me levanto, salgo y punto final a esta historia. Dicho y hecho. Me levante, la miré, sus ojos clavados en mí y de nuevo una sonrisa preciosa en su cara. Me di cuenta de un problema. Para alcanzar la puerta tenía que pasar delante de ella. Sin problemas. Respiré hondo y me dirigí hacia la salida. Pero allí estaba ella. Delante mío y su preciosa mirada clavada en mí. Cuando llegué a su altura noto como una de sus manos me coge de mi brazo

- Diossssssss... ¿Pero esto que es? ¿Qué hago?

Me cogió del brazo y me detuvo en seco. La miré y en ese preciso instante me habló. Lo que dijo, no lo sé. Si recordáis, llevaba los auriculares puestos y evidentemente no oí absolutamente nada. Ante esa situación sólo quedaba una solución. Quitarme los auriculares y enfrentarme a mi destino.

La situación era para mí, sencillamente increíble. Solo, en medio de un vagón vacío y con una chica preciosa que me cogía del brazo. El momento de la verdad llegó a su fin. Me quité el auricular izquierdo, el que tenía más cerca de su cara y ella sin perder era sonrisa maravillosa pronunció dos palabras que todavía retumban en mi cabeza y me hacen parecer el más estúpido de los mortales.

Aquellas dos únicas palabras que pronunció fueron: "La Bragueta".

-Dios santo ¡Tierra trágame! Soy imbécil.

Lo único que pude decirle es: "ups, perdón. Gracias". Me subí la bragueta que la tenía totalmente bajada y salí a toda prisa de aquel endemoniado vagón de metro. Salí tan rápido que alcancé a todos los que habían viajado con nosotros. Era como una bala a toda velocidad que buscaba la boca de salida. Ni un segundo perdí en volverme para ver donde estaba aquella chica. Me faltaba el aire.

Sólo conseguí recuperarme al salir a la luz y ver que nadie me seguía. Seré idiota. Las comeduras de cabeza que se puede hacer un tío con semejante chorrada. Ya me imaginaba en las más increíbles situaciones junto a aquella belleza. Seré idiota. Sólo cuando llegaba a la oficina me puse a reír como un idiota. Sólo en ese momento me pregunté.....

- ¿Y de qué se reiría? ¿Qué vio? o mejor ¿Qué no vio?....nunca lo sabré. Sólo doy gracias al cielo que el libro que leía era de lo más inocente. Dios sabe lo que hubiera ocurrido si mi lectura fuera algo digamos, "subido de tono".

Desde entonces cuando me acomodo en un vagón, compruebo mi bragueta y miro una y otra vez buscando aquella mirada que durante veinte minutos me hechizó y me hizo sentirme el hombre más importante e interesante de la galaxia.



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