martes, diciembre 13, 2005

El gran atasco


Aunque no lo parezca, todavía hay esperanza para las grandes ciudades. Todavía queda espacio para las ideas imaginativas, para romper las cadenas que poco a poco nos unen y aprisionan a estas moles de hormigón.

Lo que sigue, lo presencié hace un par de días y todavía me estoy riendo. Algo que siempre desearía hacer pero que nunca me atrevería....en el fondo...soy un cobarde.

Nueve de la mañana, salgo del Metro medio dormido a Plaza de Castilla y me encuentro rodeado por un atasco monumental. En parte a debido a lo de todos los días y en parte a las eternas obras de nuestro "querido" alcalde, estaba toda la Plaza de Castilla bloqueada. Los coches no tiraban ni para adelante ni para atrás. Todos parados. Bocinas sin parar, la gente se bajaba de los coches a chillar y por supuesto y para no variar, ni un solo guardia de tráfico.

Pero lo que me llamó la atención fue lo que sucedió a continuación. De una de las calles laterales que desembocan en Plaza de Castilla, justo enfrente del paso de cebra, por donde iba a cruzar, me sorprendió ver a una mujer, dentro de su coche, de unos 30 años, totalmente tranquila. Miraba al frente, sin alterarse. De repente se puso unas gafas de sol oscuras, se puso un abrigo, abrió la puerta de su coche, salió del mismo, cerró la puerta con llave y comenzó a andar...

No podía creerlo, una persona que abandona su coche en medio de un atasco, harta de esta agobiante ciudad, manda todo a paseo y se larga....jajajaj. Inmediatamente se dibujó una sonrisa en mi cara que fue correspondida por ella ante la cara perpleja de conductores y peatones. La seguí con la vista y poco a poco se fue perdiendo en la lejanía mientras los coches parados y ahora un poco más malhumorados tocaban sus bocinas sin parar.

Me sentí bien, a gusto, por fin alguien valiente que tira por el camino de en medio. ¡A la mierda todo!. Llegué a la oficina en cinco minutos. A eso de las 11 llegó un compañero todo cabreado diciendo que llevaba dos horas parado en Plaza de Castilla por culpa de alguien que había dejado su coche "abandonado" en mitad de la calle. Le miré con una sonrisa y me respondió con una cara mezcla de rabia, odio y no saber porque demonios lo sonreía.

El caso es que en estas ciudades de autómatas, de prisas y de monotonía todavía hay esperanzas para la improvisación, y la sorpresa, circunstancias que renuevan la ilusión de seguir viviendo en Madrid.

¡Feliz Navidad!

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