Siempre que vuelvo de mi tierra, vivo colgado del aire, de un aire denso que me impide pisar el suelo. Un suelo que nunca quiero pisar, porque me acerca a mi endiablado día a día, que cada día que pasa odio más.
Y cada día que paso en esa ensoñación, pienso lo feliz que soy allí y lo "autómata" que me vuelvo aquí en Madrid.
Viviendo en Madrid se me olvida:
El verdadero sentido de la vida.
El sonido de un río que acompasa los sueños
El cansancio que proporciona observar y amar la naturaleza.
El verdadero amanecer, mecido por el canto de los pájaros.
El despertar de la naturaleza en primavera.
El penetrante sabor, olor y frescor de la niebla al amanecer.
El desayuno pausado, añorado, esperado, sencillo, junto a mi mujer.
La importancia de no ver la televisión.
La importancia de mirar a nuestro alrededor.
El placer de una siesta al borde de un lago.
El croar de unas ranas invisibles.
El color, el olor, el sabor y la calidez de la nieve entre mis dedos.
La insignificancia del Hombre ante la Naturaleza.
El tácto áspero de la lengua de un ternero y la sabiduría de las vacas.
El tiempo que nos rodea y nos contempla.
Las palabras sencillas dichas con amor.
El inteligente y temeroso mirar de los animales.
Que más allá de los ladrillos y el cemento existe Vida.
Y cada día que paso en esa ensoñación, pienso lo feliz que soy allí y lo "autómata" que me vuelvo aquí en Madrid.
Viviendo en Madrid se me olvida:
El verdadero sentido de la vida.
El sonido de un río que acompasa los sueños
El cansancio que proporciona observar y amar la naturaleza.
El verdadero amanecer, mecido por el canto de los pájaros.
El despertar de la naturaleza en primavera.
El penetrante sabor, olor y frescor de la niebla al amanecer.
El desayuno pausado, añorado, esperado, sencillo, junto a mi mujer.
La importancia de no ver la televisión.
La importancia de mirar a nuestro alrededor.
El placer de una siesta al borde de un lago.
El croar de unas ranas invisibles.
El color, el olor, el sabor y la calidez de la nieve entre mis dedos.
La insignificancia del Hombre ante la Naturaleza.
El tácto áspero de la lengua de un ternero y la sabiduría de las vacas.
El tiempo que nos rodea y nos contempla.
Las palabras sencillas dichas con amor.
El inteligente y temeroso mirar de los animales.
Que más allá de los ladrillos y el cemento existe Vida.
Pero por encima de todo, en Madrid, se me olvida el sonido del silencio. Sin duda alguna, el mejor de todos los sonidos y el más necesario.
La vida es un círculo perfecto y nunca sabemos en que punto de ese círculo estamos. Seguro que algún día encontraré mi punto.
Mil besos
Mil besos
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