miércoles, abril 26, 2006

Elogio de los libros

Aprovechando que hace un par de días fue el día del libro, quería comentar algo que me pasó, aunque pienso que es bastante más común de lo que imaginaba.

El pasado sábado paseaba alrededor de la casa de los abuelos de mi mujer. Esa preciosa casa en vías de desmantelamiento, que tantos quebraderos de cabeza me ha dado. El caso es que observé al lado del cubo de basura cuatro o cinco cajas de cartón. Una de ellas estaba ligeramente abierta. El caso es que mi vena "maruja", pudo más que mi sentido de la vergüenza al imaginar que alguien me viera hurgando en la basura.

¿Sabéis cual era el contenido de todas y cada una de esas cajas? Pues nada más y nada menos que libros. Los abuelos de Isabel se llevan prácticamente todo a Filipinas, excepto los libros. Como podéis ver en la imagen de arriba, no se tratan de simples revistas, sino más bien, en su mayoría, libros de Historia de principios del XIX, que vete tú a saber porque extraño motivo acabaron en la biblioteca de la casa.

Evidentemente, pedí permiso y ahora esos libros están en nuestra abarrotada casa-biblioteca.

No quiero cargar las culpas en la familia de mi mujer.

Por mi parte, hace unos diez años, observé en casa de mis abuelos paternos un atillo de libros, encuadernados en piel, que parecían muy antiguos, al lado de la puerta de entrada de la casa. Le pregunté a mi abuelo:

- ¿Qué hacen esos libros ahí?

Son libros antiguos, llevan en el altillo mil años, los voy a tirar.

Entre esos libros, que evidentemente nunca le dejé tirar, estaban libros de texto y cuadernos escolares de mi bisabuelo y mi tatarabuelo. Sus letras, sus primeros escritos y mil notitas insignificantes. No es por ser fetichista, pero nunca me podría haber perdonado el abandonar esos trozos de la Historia de nuestra familia.

No culpo a mis parientes. Nunca llegaron a apreciar la literatura. Nadie les inculcó el amor por la lectura. Nadie les dijo toda la belleza que encierran sus páginas. En fin, para que nos vamos a engañar... como la gran mayoría de los españoles. Estoy seguro que todos tenemos historias similares que contar.



Creo que la primera vez que sentí que amaba los libros, fue en ese pequeño pueblo asturiano ,templo de tranquilidad, al que acudo año tras año a reponer fuerzas. No tendría más de nueve o diez años. Era el día de San Juan, y delante de casa de mis abuelos existe la tradición de hacer una hoguera. Una hoguera inmensa que rivalizaba en altura con otras del pueblo y que los vecinos alimentaban con lo que tenían. Todo el día era un ir y venir de carros cargados con maderas, palos, restos de muebles, trastos viejos y sí, también libros.

No entendía porque querían quemar aquellos libros, letras impresas, dibujos, sabiduría acumulada, que ardería en cinco minutos. Me decidí a salvar la mayor cantidad de libros posibles. Los iba sacando del montón y los almacenaba en un escondite cercano. Todo iba bien hasta que me pillaron.

Uno de aquellos pirómanos me cogió de las orejas y me preguntó que demonios hacía. Entre sollozos le dije que salvar libros.

¡Salvar libros!, exclamó. Se rió a carcajada limpia, se rieron sus amigos, se rió medio pueblo. Cogieron los libros y los tiraron de nuevo a la pila de la hoguera.

Aquella noche fue la última que vi una hoguera de San Juan. Lloraba mientras aquellas hojas ardían. Algunas de ellas, en un esfuerzo inútil, salían volando por los aires, impulsadas por el viento, medio quemadas, en un vano intento de salvación.

Desde entonces mi amor por los libros no ha hecho más que crecer y crecer y nunca más he vuelto a ver una noche de San Juan en mi pueblo.

¿Por qué seremos tan profundamente ignorantes? ¿No han servidos siglos y siglos de dictadores, censuras e inquisiciones para que empecemos a valorar un poco más esos objetos de papel? ¿No somos capaces de valorar de una vez el tremendo poder de los libros? En ellos está la imaginación, la aventura, el drama, pero sobretodo el entretenimiento.

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