miércoles, abril 12, 2006

Despedida

Esta tarde, a eso de las 6, cogeremos el coche, y una vez más nos enfrentaremos a los atascos de salida, de esta "bella" ciudad llamada Madrid. Pero esta vez hay algo diferente, algo que lo diferencia de otras vacaciones. Esta vez vamos a despedirnos.

Desde pequeño, siempre he estado muy unido a las casas donde he vivido o he conocido. Cada casa tiene sus olores, sus colores, sus sensaciones propias, en definitiva, su historia, que está en cada rincón y en cada pared. Muchas veces escuchándolas me he emocionado, he sonreído, he llorado y he aprendido multitud de cosas simplemente sabiendo escuchar. Observando, analizando y sintiendo lo que nos dicen. Sé positivamente, porque lo he sentido en mis propias carnes, que hay casas que te acogen y otras que te rechazan nada más verte. Todo es cuestión de saber mirar y escuchar.

Esta curiosa relación de amor con las casas me viene desde muy pequeño. Creo que fue con 7-8 años cuando por primera vez "robé" las llaves del piso de mis bisabuelos a mis padres. Era un piso antiguo, grande, muy grande, que se había cerrado en los años '40 cuando mi bisabuela murió. El piso, después de más de '40 años cerrado, estaba tal y como lo habían dejado, con todos y cada uno de los detalles. Los dormitorios, los salones, la sala de música... Allí, entre sábanas oscurecidas por el tiempo pasaba las tardes, explorando, observando y escuchando los ecos de esa casa que me hablaba y me quería.

Desde entonces cuando entro en una casa, la siento, noto su presencia y noto sus sentimientos. No podría vivir en una casa que no me transmitiera nada. Las poquísimas veces que me he mudado, he sufrido, he llorado y he sentido como la casa sufría por mi huída.

Mañana me empezaré a despedir de otra casa y ya lo estoy pasando mal. Mañana nos despediremos de una casa que ha acompañado a los abuelos de mi mujer durante mucho, mucho tiempo. Una casa grande, alegre, soleada y llena de amor. Los abuelos de mi mujer regresan a "morir" a su tierra, a su hogar, Filipinas. Dentro de un par de meses esa casa empezará a ser un recuerdo en mi cabeza. Un recuerdo agradable de cariño, de paz y tranquilidad. Dentro de un par de meses gente extranjera, empezará a ocupar y destruir poco a poco todos los recuerdos que durante más de 20 años fueron impregnando sus paredes. Sé que nadie volverá a cuidarla como sus actuales ocupantes, pero es la triste historia que arrastra tras de si la dilatada vida de nuestras casas.

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