Miércoles, 17 de Octubre de 2007. Como tengo la mañana un poco liada, decido llamara a la agencia de Adopción por la tarde para enterarme de lo que pasa. Voy a comer como cada día al restaurante de comida rápida que consigue que en apenas 30 minutos yo y otras 80 mesas más devoremos dos platos de comida pan y postre (sin comentarios... cosas del ajetreo de Madrid). Cuando regreso a la oficina hacia las 4 miro el móvil y me quedo de piedra.
Dos llamadas perdidas, a las 15:38 y las 15:45 de la Agencia de Adopción. ¿Qué puede estar ocurriendo? Mi corazón se acelera. Tiene que ser, tiene que ser, no puede ser otra cosa. Nunca me han llamado dos veces y encima desde los móviles de la Directora de la agencia y otra del otro móvil de la Agencia. Estos teléfonos nunca los usan para temas rutinarios.
Me refugio en una sala de reuniones de la oficina y marco el número del teléfono móvil de la Agencia. No quiero dar la lata directamente a la Directora. Me encuentro nervioso, con un poco de miedo, impaciente pero sobre todo preocupado. No quiero que vuelva a ocurrir lo de hace unos cuantos meses.
Me coge el teléfono directamente la Directora de la Agencia. Son las 16:12.
- ¿B.?- pregunto con sorpresa al observar que es la propia directora la que contesta.
Ella reconoce mi voz al instante y pronunció apenas dos palabras que me dejaron totalmente descolocado pero, a diferencia del momento en que escribo todo esto en que me encuentro totalmente emocionado, en aquel momento me produjeron una completa tranquilidad y una enorme alegría:
- ¡Hola papis! - me dijo.
- ¿Hola papis? - le digo yo a ella. Sólo escucho risitas y más risitas al otro lado del teléfono. Se que para ellos cada nueva asignación es también una fuente de alegría y se recrean en explorar las reacciones de los padres, y juegan con sus palabras y con nuestras reacciones porque saben que el gran momento ha llegado y ya nada importa.
Me pongo nervioso y comienzo a dar vueltas alrededor de la mesa que llena la sala de juntas (Tiene que ser, tiene ser ser. Me repito una y mil veces).
- ¿Dónde os metéis? Hemos llamado a Isabel, luego a tí y nada ¡nadie contesta!...Me dice B.
Mis nervios ya no pueden más. Tiene que ser, no puede ser otra cosa.
- ¿Qué pasa Blanca? ¿Ya? le digo con nervios y miedo a la vez.
Pasan los segundos que parecen horas y sólo escucho risitas de fondo (¡yo la mato!).
- ¿Estáis los dos juntos? ¿está por ahí Isabel? - me dice Blanca.
(De finitivamente tiene que ser, no queda otra posibilidad). No, estoy yo solo, estoy en el trabajo, le respondo.
- Bueeeeno.....- me dice.
- Blanca eres una puñetera, ¡ suéltalo ya ! le digo en un tono de desesperación.
Risas y más risas de fondo - Pues la verdad es que no pensaba que fuera a ser tan rápido, pero hoy leyendo los correos había uno para vosotros- me dice.
- ¡Sigue! - le dije...
- Ya tenéis asignación.
- ¿Cómo? - A medida que decía esta palabra comencé a girar más y más deprisa alrededor de la mesa, pero de mi cara no brotó ni una sola lágrima.Ni una. Una gran emoción, algo forzada la verdad. Sentía como si una gran losa me hubiera caído encima. Estaba planchado, calmado. Como cuando terminas un gran proyecto y en el mismo instante en que lo acabas te dices a tí mismo, ¡por fin! ¡ya está acabado! Nunca pensé que fuera a ser así. Estaba en paz, satisfecho y en contra de lo que pensaba, muy tranquilo.
Hemos vivido tan intensamente todo el proceso, cada día y cada noche, cada llamada desesperada a Filipinas, cada asignación de muchas otras familias, cada duda, cada sufrimiento de muchas familias que esperan... que esta noticia ha sido como una liberación, un paso más, el más decisivo, pero sin dramatismo, con tranquilidad. Me imaginaba pegando saltos de alegría, gritando, contándolo a los compañeros del trabajo, excitado... pero al final todo ha sido mucho menos "peliculero" y mucho más íntimo y personal.
- Y ¿Qué es? -le pregunté a B. - Un niño - me dijo.
Un niño,un niño, repetía esas palabras con alegría y a la vez con cierta decepción porque lo que nosotros deseábamos era una niña (hoy día, casi un año después de todo esto, no cambiaría a mi hijo por nada ni nadie del mundo).
- Y ¿Qué edad tiene? - Un "añito", me dijo. -Y encima tiene nombre español, es algo muy muy raro. Se llama Rodrigo, como mi hijo mayor-
- ¡ Y muy asturiano! le contesté yo entre risas. En un primer momento el nombre me encantó. Esperaba un nombre indígena, o americano, o mezcla de los dos (lo habitual en Filipinas), pero nunca un nombre español. Si hubiera sido un nombre desconocido en España el cambio no me hubiera supuesto ningún quebradero de cabeza, pero "Rodrigo"....más español, imposible.
En cualquier caso yo siempre he querido que mi hijo llevara mi nombre, Enrique. El nombre que también puso mi bisabuelo a su primogénito, mi abuelo. Éste a su primogénito, mi padre. Y mi padre a mí. Es una tradición que pesa ya demasiado y que yo no puedo romper. Quiero que ese niño se una a mi familia totalmente, que nunca se sienta descolocado o desubicado o ajeno a nosotros.
- ¿Cuándo podéis venir a ver su expediente?-
- ¡Esta misma tarde!- respondo inmediatamente.
Las asignaciones llegan en primer lugar a las Agencias, pero supuestamente todavía no podemos ver su expediente ni su foto. Primero debe pasar por la Comunidad de Madrid y ellos deben comunicar oficialmente la asignación. Pero desde la Agencia nos dicen que si por casualidad nosotros vemos el expediente abierto sobre una mesa vacía, cuando nadie mire... (ejem, ejem)...(¡son geniales!)
No pierdo ni un minuto y tras despedirme de B. llamo a mi mujer y repito la misma historia que B. me contó a mí.
- ¡Hola mamá!
- ¿Cómo que hola mamá? -me dijo- ¿sabes algo? te he llamado, tengo dos llamadas perdidas de la Agencia...
- ¡Hola mamá!, le repito una vez más y con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Siii? ¿Yaaa?
Ella no pudo contenerse e imaginé su rostro bañado por un océano de lágrimas y una sonrisa sincera que llenaría de luz su oficina. Totalmente emocionada, tranquila, satisfecha y como yo disfrutando del gran momento.
La gran pesadilla de la espera había concluido.
"Ya tenéis asignación".Todavía hoy, un año después, resuenan en mi cabeza esas palabras y me producen una gran emoción. Una sensación de paz y de culminación que nunca olvidaré.
Dos llamadas perdidas, a las 15:38 y las 15:45 de la Agencia de Adopción. ¿Qué puede estar ocurriendo? Mi corazón se acelera. Tiene que ser, tiene que ser, no puede ser otra cosa. Nunca me han llamado dos veces y encima desde los móviles de la Directora de la agencia y otra del otro móvil de la Agencia. Estos teléfonos nunca los usan para temas rutinarios.
Me refugio en una sala de reuniones de la oficina y marco el número del teléfono móvil de la Agencia. No quiero dar la lata directamente a la Directora. Me encuentro nervioso, con un poco de miedo, impaciente pero sobre todo preocupado. No quiero que vuelva a ocurrir lo de hace unos cuantos meses.
Me coge el teléfono directamente la Directora de la Agencia. Son las 16:12.
- ¿B.?- pregunto con sorpresa al observar que es la propia directora la que contesta.
Ella reconoce mi voz al instante y pronunció apenas dos palabras que me dejaron totalmente descolocado pero, a diferencia del momento en que escribo todo esto en que me encuentro totalmente emocionado, en aquel momento me produjeron una completa tranquilidad y una enorme alegría:
- ¡Hola papis! - me dijo.
- ¿Hola papis? - le digo yo a ella. Sólo escucho risitas y más risitas al otro lado del teléfono. Se que para ellos cada nueva asignación es también una fuente de alegría y se recrean en explorar las reacciones de los padres, y juegan con sus palabras y con nuestras reacciones porque saben que el gran momento ha llegado y ya nada importa.
Me pongo nervioso y comienzo a dar vueltas alrededor de la mesa que llena la sala de juntas (Tiene que ser, tiene ser ser. Me repito una y mil veces).
- ¿Dónde os metéis? Hemos llamado a Isabel, luego a tí y nada ¡nadie contesta!...Me dice B.
Mis nervios ya no pueden más. Tiene que ser, no puede ser otra cosa.
- ¿Qué pasa Blanca? ¿Ya? le digo con nervios y miedo a la vez.
Pasan los segundos que parecen horas y sólo escucho risitas de fondo (¡yo la mato!).
- ¿Estáis los dos juntos? ¿está por ahí Isabel? - me dice Blanca.
(De finitivamente tiene que ser, no queda otra posibilidad). No, estoy yo solo, estoy en el trabajo, le respondo.
- Bueeeeno.....- me dice.
- Blanca eres una puñetera, ¡ suéltalo ya ! le digo en un tono de desesperación.
Risas y más risas de fondo - Pues la verdad es que no pensaba que fuera a ser tan rápido, pero hoy leyendo los correos había uno para vosotros- me dice.
- ¡Sigue! - le dije...
- Ya tenéis asignación.
- ¿Cómo? - A medida que decía esta palabra comencé a girar más y más deprisa alrededor de la mesa, pero de mi cara no brotó ni una sola lágrima.Ni una. Una gran emoción, algo forzada la verdad. Sentía como si una gran losa me hubiera caído encima. Estaba planchado, calmado. Como cuando terminas un gran proyecto y en el mismo instante en que lo acabas te dices a tí mismo, ¡por fin! ¡ya está acabado! Nunca pensé que fuera a ser así. Estaba en paz, satisfecho y en contra de lo que pensaba, muy tranquilo.
Hemos vivido tan intensamente todo el proceso, cada día y cada noche, cada llamada desesperada a Filipinas, cada asignación de muchas otras familias, cada duda, cada sufrimiento de muchas familias que esperan... que esta noticia ha sido como una liberación, un paso más, el más decisivo, pero sin dramatismo, con tranquilidad. Me imaginaba pegando saltos de alegría, gritando, contándolo a los compañeros del trabajo, excitado... pero al final todo ha sido mucho menos "peliculero" y mucho más íntimo y personal.
- Y ¿Qué es? -le pregunté a B. - Un niño - me dijo.
Un niño,un niño, repetía esas palabras con alegría y a la vez con cierta decepción porque lo que nosotros deseábamos era una niña (hoy día, casi un año después de todo esto, no cambiaría a mi hijo por nada ni nadie del mundo).
- Y ¿Qué edad tiene? - Un "añito", me dijo. -Y encima tiene nombre español, es algo muy muy raro. Se llama Rodrigo, como mi hijo mayor-
- ¡ Y muy asturiano! le contesté yo entre risas. En un primer momento el nombre me encantó. Esperaba un nombre indígena, o americano, o mezcla de los dos (lo habitual en Filipinas), pero nunca un nombre español. Si hubiera sido un nombre desconocido en España el cambio no me hubiera supuesto ningún quebradero de cabeza, pero "Rodrigo"....más español, imposible.
En cualquier caso yo siempre he querido que mi hijo llevara mi nombre, Enrique. El nombre que también puso mi bisabuelo a su primogénito, mi abuelo. Éste a su primogénito, mi padre. Y mi padre a mí. Es una tradición que pesa ya demasiado y que yo no puedo romper. Quiero que ese niño se una a mi familia totalmente, que nunca se sienta descolocado o desubicado o ajeno a nosotros.
- ¿Cuándo podéis venir a ver su expediente?-
- ¡Esta misma tarde!- respondo inmediatamente.
Las asignaciones llegan en primer lugar a las Agencias, pero supuestamente todavía no podemos ver su expediente ni su foto. Primero debe pasar por la Comunidad de Madrid y ellos deben comunicar oficialmente la asignación. Pero desde la Agencia nos dicen que si por casualidad nosotros vemos el expediente abierto sobre una mesa vacía, cuando nadie mire... (ejem, ejem)...(¡son geniales!)
No pierdo ni un minuto y tras despedirme de B. llamo a mi mujer y repito la misma historia que B. me contó a mí.
- ¡Hola mamá!
- ¿Cómo que hola mamá? -me dijo- ¿sabes algo? te he llamado, tengo dos llamadas perdidas de la Agencia...
- ¡Hola mamá!, le repito una vez más y con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Siii? ¿Yaaa?
Ella no pudo contenerse e imaginé su rostro bañado por un océano de lágrimas y una sonrisa sincera que llenaría de luz su oficina. Totalmente emocionada, tranquila, satisfecha y como yo disfrutando del gran momento.
La gran pesadilla de la espera había concluido.
"Ya tenéis asignación".Todavía hoy, un año después, resuenan en mi cabeza esas palabras y me producen una gran emoción. Una sensación de paz y de culminación que nunca olvidaré.